21 mayo 2010

ENTREVISTA A JAVI KIEF

Por Ana María Sepúlveda Gallego

“Mientras haya una única persona que me lea, merece la pena seguir escribiendo.”

Con aires de galán poco cuidado espera apoyado en la salida de metro de Antón Martín. Un pitillo le acompaña y su humo le envuelve. Solitario y modesto, así es Javi Kief, poeta manchego de 28 años, con un libro a sus espaldas (Acabado) y muchos proyectos en mente entre los que se encuentra hacer algún que otro trabajo basado en su blog El Atajo de los Tardones.

Cuando me ve, sonríe. Busca un bar cercano, donde sea más fácil conversar sin escuchar el ruido de los transeúntes. Decide que El gato verde es un buen sitio para empezar la entrevista. Habrá que confiar en él, porque aunque lo niegue, tiene mucha calle. El sitio es tranquilo, lleno de bohemios que buscan inspiración. El ambiente hindú lo inunda todo. Telas de colores por doquier, velas aromáticas y alguna que otra pareja buscando intimidad.
Nos sentamos apartados de la gente, para que sea más fácil mantener un ambiente relajado sin escuchar las conversaciones ajenas. Se encarga de pedir dos cañas para empezar con buen pie. Vuelve a encenderse un cigarro, parece que de nuevo necesita compañía aunque se defina a sí mismo como un solitario.
Su nombre real es Javier Hontanaya Díaz. Todo el mundo le conoce como Javi Kief, pseudónimo que utiliza para denominar al poeta. A veces dice tener dos personalidades: el ser humano y el escritor, y en muchas ocasiones se producen conflictos entre ambos.
Su pseudónimo lo adoptó mientras leía Los paraísos artificiales de Baudelaire. El Kief era el estado producido por el consumo de hachís, el estado en el que se encuentra la paz y la felicidad absoluta. Aunque Javi advierte no haber tolerado nunca un porro, escogió el nombre porque “hay que soñar algo”. Y por qué no hacerlo con la paz absoluta
Dice haberse fijado un objetivo en la vida: encontrar una manera cómoda de vivir descifrando lo que necesita para ser feliz o para, simplemente, estar a gusto consigo mismo. Poco a poco lo va consiguiendo y eso se refleja en la armonía que transmite a la hora de expresarse, hay versos ocultos en cada comentario.
Sus gestos reflejan simpatía, aunque sonría en contadas ocasiones. Cuando lo hace se proyecta en su cara un halo de misterio y picardía. Tiene un brillo especial en los ojos, será que el fantasma de la inspiración se refleja en su mirada.
Comenzó a escribir en el instituto, impulsado por un enamoramiento adolescente: “Todos los poemas la llevaban a ella dentro”. La historia surgió de las miradas, aunque melosamente dice que de haber sido ciegos también se habrían visto.
Hoy por hoy escribe por inercia, porque le gusta y por terapia: “Mientras haya una persona que me lea, merece la pena seguir escribiendo”. Sin duda, escribir, es el vicio más sano que tiene.
Dice no tener ninguna rutina para idear nuevos poemas pero suele escribir los domingos. Se levanta temprano, pone la cafetera, unas velas y cruza los dedos. Por eso se lamenta entre risas que sólo haya un domingo a la semana.
En sus versos suele hablar del amor y sus respectivas resacas. Aunque también dice que no suele estar enamorado cuando lo hace porque según comenta “cuando uno está enamorado no debería escribir sobre ello”.
A menudo rescata algún verso del mundo, alguna injusticia, la hambruna, la pobreza, la codicia de los dirigentes. Pero dice no ser “ni Bono de U2 ni tener una voz tan fuerte para poder ser escuchado”. Aunque está de acuerdo en aquello que dice que las palabras trascienden y que poco a poco podrían cambiar el mundo.
Su sencillez y humildad fascinan a medida que avanza la conversación, al igual que sus discretos gestos de don Juan y sus miradas. Él no se declara ni un rompecorazones ni un dandy urbano además comenta que no ha tenido suerte con las relaciones aunque confiesa que otras veces la suerte la ha roto él.
Es sincero y procura no arrepentirse nunca de sus palabras, aunque no puede decir lo mismo de los actos. Hablar con él es ameno, sin percatarse te traslada a principios de siglo XX: época de tertulias en cafés bohemios madrileños, a noches de locura conversando sobre realidad, intentando cambiar el mundo.
Pero a pesar de creer en utopías y conservar la ilusión, vive con los pies en el suelo y sabe que ser poeta en pleno siglo XXI no es fácil, aunque afirma que “los músicos son los nuevos poetas”.
Su humildad procede, en gran medida, de sus orígenes. Un pequeño pueblo manchego, Villanueva de Alcardete, le vio nacer y crecer. A él regresa de vez en cuando para recuperar la tranquilidad perdida en la vida urbana. Por eso quizás, dice sentirse un poco Quijote y confiesa hacer muchas “quijotadas”, aunque a medida que madura se identifica más con Sancho y su lealtad, cordura e inocencia.
Cree en el poder de las palabras, de las miradas, de los encuentros efímeros. No huye despavorido a la primera de cambio y si se encuentra con una chica que le llame la atención, no duda en robarle unos minutos de conversación. Es un caballero de los de antes, aunque sin sombrero, bastón ni pañuelo en el bolsillo.
Su libro de cabecera es “El Padrino” aunque su libro favorito sea “Confieso que he vivido” de Pablo Neruda. Se inspira en diferentes autores: de Neruda le gusta la sencillez, de Hernández el talento, de Millás el humor y de Montero dice “éste cabrón ha escrito lo que a mí me hubiera gustado escribir”.
Aunque hay veces que puede estar cerca de escribir parecido a alguien, trata de buscar su estilo, cada texto es diferente y “cada persona tiene en mente una cosa u otra a la hora de llevar el poema hacia un destino”.
Trabaja en una farmacia desde hace tiempo y dice que hacerlo “no tiene nada de poético”. Simplemente se trata de un sueldo que le permite vivir mientras, como dijo John Lennon, va pensando en otras cosas.
Su blog, El Atajo de los Tardones, lleva creciendo desde el 16 de junio de 2006 y cada vez tiene a más usuarios enganchados. Este blog nació como un intento de entrar en las nuevas tecnologías y poco a poco se ha convertido en una herramienta esencial de trabajo, a través de la cual muestra al mundo los poemas que salen de su incansable mente.
Después de 4 años escribiendo ininterrumpidamente en el blog, se entiende que Javi Kief tiene un pacto con las musas ya que éstas parecen estar siempre de su lado, aunque confiesa rompiendo el lirismo que “las musas son fruto del trabajo del día a día, si abandonas el trabajo y esperas la inspiración, estás jodido”.
Su primer libro, Acabado, estaba dedicado a familiares y a gente cercana y aunque tan sólo se editaron 300 ejemplares, le sirvieron para dar el primer paso y quitarse esa ansiedad.
Hacer la selección de poemas fue un trabajo duro, y consistió en “elegir los que se leyeran más fácilmente y pudieran gustar más al lector”. Confiesa, entre susurros, que probablemente el año que viene haga otro libro relacionado con El Atajo de los Tardones.
Después de un buen rato de confidencias, se adivina un poeta de los que ya no quedan. El moderno caballero de la triste figura, se va caminando hacia su casa, en Tirso de Molina, rescatando versos de los contenedores de las calles madrileñas.

Tú mismo

Volverán a las calles otrora caminos, mañana quién sabe... el vértigo de estarse quietos, cuando el mundo que gira te ponga en aprietos...