

No quisiera yo que mi amigo Andrés dejara de tocar un instante. Por fin vuelve, (ya era hora…) a un escenario decente, el Segundo Jazz, donde cada noche hay un concierto y donde sirven uno de los mejores gintonic de Madrid. Donde el nivel es alto y aún quedan últimos románticos, donde se quedó mezclado el humo en la madera, donde aún no nos quemamos.
Vuelve acompañado de banda, sus antiguos compañeros de ensayo y trastero, esta vez disfrazados; nuevas canciones (no tantas como yo quisiera) y viejas versiones que rejuvenecen con distintos matices, otro maquillaje con el mismo aliño de la ensalada, el de un tipo romántico y canalla, el de un argentino loco y bien cuerdo que tanto me recuerda al personaje de Soldati de la novela de Carlos Salem, “Camino de Ida”, por cierto, muy recomendable.
Poesía, pensamientos cotidianos e historias, noches interminables y amaneceres cualesquiera con café, legañas, ojeras, insatisfacción y orgullo de lunes, carreteras quemadas, hamburguesas completas en el bar de la esquina, güisquis con hielo, cigarros que se olvidan en el cenicero por encontrar un acorde, aviones de ida y vuelta, ningún sitio adónde ir, mujeres que dejan su carmín en el vaso… y otras que nos dejan marcado el corazón para siempre. Ganas y dudas, derrumbe y psiquis, peces que nadan en las nubes del desierto, jugadores que lo apuestan todo a doble o nada en el casino, gritos desde el silencio más incómodo y en definitiva, vivencias de toda la vida, la de un tipo que siempre tiene un momento para acordarse de la estación de tren de Villadelina.
En resumen, estos cuatro años saben a todo eso y se degustarán aún mejor cuando tan sólo nos queden las palabras por tu voz. Suerte amigo, ahí estaremos.